lunes, 27 de agosto de 2012

-IV Trofeo SANSONIA


 Con una participación de 120 arqueros y arqueras de 17 clubes extremeños y andaluces s celebró, ayer domingo, la cuarta edición de este atractivo torneo veraniego.



 
 
 
 

Cada vez son más los aficionados a este deporte que acuden a esta cita en La Puebla de Sancho Pérez atraidos por la meticulosa organización y por el sin fin de detalles que el club organizador "Arqueros de Sansonia" tiene para los inscritos.

 

En el descanso de la competición, trás la primera tablilla de 36 flechas a 30 metros, se realizaron una pruebas especiales con suculentos premios: una TV, unas tablets PC y unos mp4.





 Para llevarse la TV había que estar muy fino. En una tirada de 5 flechas había que meter tres en los discos asignados. Solo pasaron un tradicional y dos poleas.



 Finalmente se la llevó nuestro compañero de club Martín que desmostró puntería y temple como ninguno. Una vezmás queda demostrado que tiene madera de CAMPEÓN.


 Martín con el excelentísimo Sr. Reja, alcalde de La Puebla y... arquero.


 Pepe y su señora, Lola,  veteranos y queridos arqueros que se llevaron para su tierra una de las tablets.

 

Si por algo me gusta asistir a estos encuentros es porque siempre se aprende algo conociendo gente y observando cómo cada uno/a vive la experiencia de la competición. Me gustó algo que le oí a un muy buen arquero sevillano en un comentario sobre los tiros no satisfactorios: "Quillo, no le des más vueltas, el problema siempre está de la cuerda para atrás".

TROFEOS Y PODIMUM












Felicitaciones también para el cocinero del club que se atrevió  él solito a preparar tres paellotes  que fueron la delicia de la peña.


 



 Para rematar la jornada, se sortearon durante la comida un buen número de regalos, todo ello amenizado por los chispazos de humor del speaker Juan Carlos.

 

domingo, 12 de agosto de 2012

-Jornadas Medievales de Cortegana




 Tras su impresionante  gesta en Oropesa hace un par de años, la fama del Capitán Morgaño se había ido extendiendo de comarca en comarca hasta convertirse casi en leyenda. No era de extrañar que allá por donde pasara fuese  reclamado por las gentes llanas, ávidas de héroes, para exhibir sus dotes como arquero en cualquier plaza o cruce de caminos. En alguna ocasión, incluso,  había sido requerido como mercenario, junto a sus colegas, para enfrentarse a gentes de baja ralea que tenían atemorizadas a la población y que ellos, con una tanda de flechas certeras,  habían devuelto la paz y la seguridad en  la zona.

 

Esta vez la cosa iba a ser  diferente, ya no se trataba de una escaramuza contra una pandilla de malhechores envalentonados por su elevado número pero faltos de  armamento y carentes  de táctica militar. Esta vez habría que vérselas, sencillamente ,  con...  un dragón. Acudíamos  a la llamada de un rey amigo solicitando ayuda desesperada.

 
Sabíamos que existían y habíamos visto páramos chamuscados tras su paso, pero jamás nos habíamos topado con ninguno de estos engendros del infierno . Por aquel entonces, se rumoreaba que  uno de ellos rondaba una población no muy lejana llamada Cortegana y que tenía aterrorizadas a sus pobres gentes. Como era agosto, un periodo de descanso y no teníamos a la vista ninguna otra hazaña decidimos acercarnos por la villa a ver qué diantres podíamos hacer.

 

En nuestras idas y venidas habíamos ido conociendo a muchos arqueros de toda la provincia  que contábamos como amigos y con los que nos encontrábamos de tarde en tarde, en cualquier bosque recóndito  o en los más afamados torneos de la época, para poner a prueba nuestros progresos con el arco y la flecha, a la vez que para comer, beber y saber de nosotros.

Uno de ellos era el hidalgo Don Martín "El Topo".  De estatura escasa, de carácter prudente pero alegre y  como arquero  de lo mejor. El otro era un afamado relojero que en su poco tiempo libre había ido logrando gran pericia con su sencillo longbow. Era Don Enrique de las Manecillas y Crono al que, en breve, el destino le tenía reservado un lugar de honor entre los más grandes.
Ambos se sumaron a nuestra expedición en el último momento y teníamos la certeza de que, además de su grata compañía, sus flechas estarían a la altura de la empresa que se nos avecinaba. 

 
Cortegana pertenece a la provincia de Huelva. Es un pequeño enclave de unos 5000 habitantes situado en plena Sierra de Aracena, en la Andalucía occidental. Cuando el viajero llega a Cortegana desde cualquier dirección lo primero que le deja perplejo es la majestuosa fortaleza que se eleva sobre el resto de la localidad.

 

Tras recorrer sus calles desiertas, en las que el olor a azufre y a miedo era inquietante, llegamos a un barrio en las proximidades del castillo donde se habían ido reuniendo valientes arqueras y arqueros llegados de todas partes. Todos con un mismo objetivo aunque nadie estaba al mando. No había estrategia. Tan solo gestos secos y miradas adustas. Se intuía lo que habría que hacer llegado el momento: aprovechar la única oportunidad que se nos presentase dejando que se nos acercase al máximo y lanzarle una tanda de flechas acertando en su corazón... si esa bestia lo tenía.


 
 
 

 
 

Aprobamos la sugerencia del Capitán Sir Black Morgaño y nos colocamos en un montículo frente a la cara oeste del castillo. Una voz anciana aseguró que aparecería por allí, tras la torre del homenaje, como cada tarde. Apostados entre el terreno rocoso formamos filas de cuatro arqueros. Se levantó un viento a nuestra espalda que no hizo mas que aumentar nuestros nervios y delatar nuestra presencia. La cosa se ponía fea. Otra vez esa sensación de estar en la fiesta equivocada. 

 
 
 
 
Un carraspeo sonó a mi espalda, giré la cabeza y allí estaba Morgaño junto a Martín, en la siguiente fila pude ver de Don Enrique parloteando a un hombretón de Huelva que iba completamente tatuado. Intercambiamos unas fugaces sonrisas. Saber que estaban allí me daba seguridad. 

 
 

Un chillido desgarrador me hizo voltear rápidamente la cabeza. "Ahí está",  musité. Y entonces lo vi. Venía directamente hacia nosotros con un planeo arrollador. Subimos los arcos y tensamos las cuerdas. ¡Que sea lo que Dios quiera!

 
 
 
 
 
 
 
Las flechas buscaron el pecho pero ninguna acertó su punto vital. Sobrevoló nuestras cabezas sumiéndonos durante unos instantes en la noche.
Viró de nuevo y cargó hacia nuestro encuentro pero esta vez me fije en sus ojos. Lo entendí clarísimo, ahora iba a vomitar fuego. Apreté la empuñadura de mi arco y los dientes. Pero en ese instante escuché tras de mí la clara voz de Enrique Manecillas lanzando una sentencia : " ¡Regresa al infierno, hijo del diablo". Y una hermosa flecha emplumada en rojo y naranja surcó el cielo enterrándose bajo el ala izquierda del monstruo. Un gruñido estridente anunció su muerte.
Lo vimos caer en una bola de fuego al fondo del valle. Los vítores retumbaron en la comarca. La pesadilla había concluido.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Caída la noche el castillo y sus alrededores se convirtieron en una fiesta. La música, la carcajadas y el entrechocar de las jarras se adueñaron de aquel pequeño mundo.