(Microrelato)
El camarero era un
tipo agradable. Siempre atento, servicial y lo mejor: escuchaba todas mis batallitas del
arco sin pestañear. "Que si ahora tengo un arco nuevo... las flechas las
emplumo así... estuve en Alfacar... estoy que no me salgo del amarillo o... se me ha ido una fuera..." De buen seguro que él no entendía ni papa de
aquello: ni de grains, ni de fistmelles, ni de la paradoja del arquero... pero
asentía con una amplia sonrisa que daba gusto. Tomar una copa en aquella
cafetería era mejor que una terapia.
Algún tiempo después entré en una mala racha: empece a tirar fatal. Me
surgieron una serie de errores técnicos que antes no tenía. Y las puntuaciones, consecuentemente,
eran demasiado bajas. Tantos fallos repercutían en mi rendimiento y en mi ánimo. Al cabreo le siguió la resignación.
Yo seguía acudiendo fielmente a aquel bar y le contaba las
penas a mi querido camarero, del cual,
por supuesto, no esperaba solución ninguna.
Una tarde, tras escucharme atentamente, me contó un chiste
de los buenos. De los que te partes. Y pensé: "este tío es un crack... anima
a cualquiera".
Al día siguiente me volvió a contar el mismo chiste como si
nada. "Se le habrá olvidado que ya me lo contó ayer -me dije- claro, con
tanto cliente... ". Y me coloqué en el rostro una sonrisa de compromiso.
Pero al día siguiente me lo repitió de nuevo. Y al otro día,
también. ¡Así una semana entera!
Cuando ya estuve
harto le espeté: "Ya no me hace gracia tío, eres muuuuuuy
cansino." Mientras que se daba la vuelta secando una copa me dijo en tono
bajo: "Si no puedes reírte varias veces de una cosa ¿porque te lamentas siempre de lo
mismo?".
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