"Debes agarrar el arco como se lleva a un niño de la
mano, con suavidad pero con firmeza." - le dijo con voz pausada. Baluh no
perdía detalle de las explicaciones de su mentor en su primera sesión de
aprendizaje.
"Abre el arco con decisión, con amplitud... como se
abre el pecho a los secretos de un amigo". Y Baluh sintió la tensión en su
espalda deseando ver alejarse el proyectil emplumado de blanco y rojo hacia su
destino.
"Cuando sueltes la cuerda recuerda que no arrojas la
flecha sino que la dejas ir, igual que se suelta una piedra en un pozo para
descubrir la presencia del agua."
En un segundo, la
flecha se perdió entre los árboles pasando de largo el tronco inerte, cubierto
de moho, que tenía pinchada una hoja de higuera a modo de diana.
Se giró buscando la
ojos del maestro pero este ya se había dado la vuelta y se alejaba unos pasos.
-"Cuando mires la hoja, antes de soltar, nunca pienses en las
consecuencias del resultado del tiro. Si lo haces errarás", sentenció.
Transcurrieron cinco jornadas desde que Baluh se estrenó como arquero. Como cada día, desde temprano se encaminaba hasta el claro del bosque
donde practicaba, a solas, durante un buen rato. Había mejorado notablemente y
se sentía ilusionado. Esa mañana estaba esperándole su instructor. A unos
metros detrás de su diana había otro tronco con otra hoja verde de higuera y
más atrás otro.
"Lanza tres flechas desde esta línea, una a cada
tronco. Si consigues acertar en las tres hojas retrocede dos pasos y vuelve a
lanzar. Si las seis flechas están en su sitio aléjate otros dos pasos y tira de
nuevo. Cuando falles un tiro recoge todas las flechas y comienza desde el
principio. Ves marcando las líneas que progresas en el suelo. Tómatelo como un
juego"-le explicó.
Baluh observó un cesto que contenía un montón de flechas, le
recordó un gran ramo de flores blancas y rojas. Resultaba hermoso e
inquietante.
"¿Y cuando termina el juego?" - preguntó el
muchacho con voz trémula.
"Cuando sientas sed lo dejas... y vuelve otro día"
-contestó tajante.
Y tomando el sendero hacia el poblado añadió: "Ah, el
juego se llama La Sangre Fría".
(V. Mateo.)
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