Siempre me gustaron más los indios que los vaqueros. Y no solo porque usaban arcos y flechas. De pequeño, como todos, me tragué decenas de pelis en las que nos los presentaban como los”malos”, los salvajes. Pero aún así me resultaban más simpáticos que el fantasmón de John Wayne . Con el tiempo aparecieron cintas en las que se reflejaba la realidad de aquel vergonzoso genocidio: “Pequeño Gran Hombre”, “Un hombre llamado caballo”, “Gerónimo, una leyenda”, “El último mohicano”, “Búho gris” y alguna otra. Entonces me puse de mala leche e incondicionalmente de su parte. Y preferí los taparrabos a los uniformes, las caras pintadas a las estrellas de sheriff y las cacerías de bisontes a las peleas del saloón. Pero sobre todo aprecié su filosofía de vida. “Hoka Key” (Hoy es un buen día para morir) gritaba Caballo Loco cuando se lanzaba al ataque seguido de sus hermanos guerreros apaches, sabedor de que la lucha era desigual, que ellos eran los débiles frente a un fuerte hombre blanco crecido por la pólvora y el plomo. Así cumplieron con su destino sin miedo a la muerte, porque cada día y cada instante lo habían vivido con plenitud, con orgullo y fieles a sus sencillas tradiciones en total armonía con la Naturaleza (el Gran Espíritu).
Y aún en su derrota nos dejaron un mensaje, una profecía en boca del mítico Toro Sentado: “Cuando se seque el último río, cuando caiga el último árbol, cuando muera el último animal, entonces os daréis cuenta que el dinero no se come.”
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